viernes, 14 de marzo de 2014

Primera

14-3-2013

Hace unos días iba caminando por el centro, y me crucé con una ex compañera del colegio. ¿Te acordás de Fernandita, la que tenía muchas pecas en la nariz y siempre pestañeaba dos veces seguidas, en vez de una sola? Bueno, me la encontré y nos pusimos a charlar. Nunca fuimos íntimos amigos, pero nos llevábamos bien. Hablamos de las típicas cosas que hablan dos personas cuando se cruzan en una calle atestada de gente ansiosa por llegar a su destino. Sin embargo, me llamó la atención cuando me dijo que seguía soltera, y la invité a tomar algo. Me dijo que tenía que pasar a buscar unos papeles a la vuelta y se desocupaba, y que si quería, que la acompañara.

De chica ella siempre fue muy simpática. Era de esas chicas que te confiaba las cosas que, por ahí, otras se reservaban. Caminaba por los recreos con un paso distinto a las demás, como desfachatada, revoleando los brazos en direcciones imposible de adivinar, sin que le preocupara que todos nos quedáramos viéndola cuando pasaba.

Parecía no haber cambiado mucho, porque, si bien mucho más discreto, su caminar era parecido al de aquella adolescente. Y también seguía con una personalidad similar a la de entonces, porque los papeles que pasamos a buscar eran unos análisis de sangre que le habían hecho días atrás, y no tuvo problema en que yo estuviese ahí cuando los abriera.

Por suerte, todo estaba bien. Se puso muy contenta cuando leyó el diagnóstico, y me dijo que quería ir a festejarlo.

El café en el que nos sentamos era muy viejo, y estaba realmente bien mantenido. Me dio la impresión de que, aunque hubiesen sacado todas las cosas y desmantelado el lugar, el aroma a las maderas y café iba a seguir allí de por vida.

Fernanda pidió una lágrima, y yo pedí un cortado. Mientras esperábamos, charlamos sobre nuestras vidas después de la escuela. Tenía una forma extraña de modular que, no sé por qué, la hacía ver como una mujer fuerte y aguerrida.

Nos despedimos después de pasarnos nuestros números de teléfono, con la promesa de llamarnos algún día para vernos otra vez. Sentí que no lo hizo por compromiso, porque la pasamos muy bien, y fui yo el que tuvo que cortar con la charla, ya que tenía que juntarme con los de la empresa. Supuse que, sino, la cosa pudo haber seguido hasta la cena, y más.

Cuando salí del bar en donde nos habíamos reunido con los del trabajo, le mandé un mensaje de texto.

"ME GUSTÓ MUCHO VERTE HOY. ESTÁS IGUAL QUE ANTES, PERO MÁS EXÓTICA E INTERESANTE. NOS VEMOS. UN BESO"

Llegué a casa, y antes de acostarme, me puse a leer el diario en la computadora. Era martes, y no había ni siquiera una noticia deportiva que me llamara la atención. Cerré la notebook, y me metí en la cama. Y justo cuando había logrado dormirme, me entró un mensaje.

"A MÍ TAMBIÉN ME ENCANTÓ. SIEMPRE TRATÉ DE SER NORMAL, PERO CREO QUE JAMÁS ME SALIÓ. MAÑANA HABLAMOS. UN BESO GRANDE"